jueves, 27 de enero de 2011

GÁLATA HERIDO

"18 de noviembre de 2004
(…) Voy al encuentro de una de las mejores esculturas de la Historia del Dolor: el Gálata Moribundo, al que le dedican un lugar especial de estas salas que recogen fragmentos de un Imperio. Los romanos han elaborado una escenografía con la agonía de un guerrero. Me parece un milagro que mi capacidad de asombro permanezca aún intacta después de todas las sobredosis de lo sublime y lo eterno que he visto ya en Roma. A medida que subo los escalones del Palazzo Nuovo, lo veo surgir, como levantándose, como si estuviera aún a punto de alzarse y pelear otra vez antes de un viaje. Pero no será así. Se eleva de una plataforma hecha de los ojos que se han estremecido al contemplar la herida de un lomo bárbaro y exacto. Percibo los lentos movimientos de la agonía de un guerrero que sostuvo una utopía embriagadora. Acaba de soltar su espada al abatirse. Resuena todavía el eco sordo del metal al contacto con la tierra. Una milésima de segundo atrás, el guerrero aún miraba los destellos de su arma. Pero ya no brillan verticales los contornos de sus bellas aleaciones.
Reposa desalentado por la pérdida de su atributo salvaje. A punto de tumbarse por su propio ánimo sobre el espacio de la resignación universal. Este pagano recuesta todo su torso sobre el brazo derecho, mientras por el costado florece la sangre ganada como un zarzal silvestre. Escucho respirar al gálata. No percibo su queja, antes parece matar el grito que otros, los cobardes, lanzan cuando el final es ineluctable. Intenta encontrar una respuesta en su parcela definida de dolor. Está preparado para cruzar a nado las lagunas que se le pongan en el camino. Los antiguos, que sabían coronar a los valientes, aunque fueran sus grandezas anónimas, dejaron su muerte de porcelana tallada para siempre. Tuvo que ser fiero."

Antonio Portela. “CIUDADANO ROMANO”.

miércoles, 26 de enero de 2011

Construyendo a Le Corbusier
Publicado en ABCD las Artes y las Letras
La figura de Le Corbusier ocupa uno de los lugares protagónicos en la conformación de la cultura occidental moderna, por esta razón todo lo que se publique sobre él posee importancia al posibilitar entender mejor su figura y pensamiento, fundamental para comprender su tiempo, pero también el nuestro.
Le Corbusier, Le Grand, una colosal colección de documentos biográficos de este arquitecto que edita Phaidon, devendrá uno de los títulos que figurarán constantemente presentes como publicación de referencia en cualquier futura bibliografía para nuevos estudios sobre uno de los maestros que definieron la forma e ideología de la arquitectura contemporánea.En las primeras líneas del texto del historiador de la arquitectura Jean-Louis Cohen que introduce el volumen llama la atención su advertencia sobre la necesidad de tener presente que la figura de Le Corbusier era la condensación de las múltiples facetas intelectuales, creativas y emocionales de un mismo individuo. Una advertencia pertinente, no sólo por el hecho de que toda persona lo es, sino para que el lector se adentre atento a todos esos matices y aborde el examen del personaje desde una cierta racionalidad que le permita calibrar su dimensión humana y su dimensión mítica. Una premisa de partida indudablemente coherente ante una biografía, puesto que ya carece de cualquier tipo de sentido analizar y exaltar la vida de un hombre desde la consideración unidireccional de sus acciones como virtudes o como maldades; y que se hace particularmente necesaria en tiempos en que se tiende a la conformación y aceptación de retratos mediáticos lo suficientemente esquematizados como para ocultar las necesarias ambigüedades, contradicciones,
Complejidades…que evidencian el transcurso activo y consciente del flujo de la vida por todo ser.
Aunque la edición de un volumen de semejante envergadura física como el que éste tiene (un tamaño de 42×32 cm. y un peso de casi ocho kilos) supone de por sí una forma material de afirmación irrefutable de la importancia histórica de Le Corbusier, Le Grand no es únicamente un alarde con el que realizar fácilmente un (comercial) elogio sacralizador del personaje, sino un libro-cofre donde se compila exhaustivamente una serie de documentación esencial que permite comprender la magnitud del trabajo que éste desarrolló a lo largo de su vida, y al situarlo dentro del transcurso del contexto biográfico privado y público, dimensionar el significado que esas piezas arquitectónicas, textos, dibujos, obras artísticas, fotografías, cartas…adquieren para interpretar al personaje y formular las razones de dicha trascendencia, al permitir interpretar su figura y su obra como signos de su tiempo.
Esta biografía visual es fundamental para comprender a un personaje más amplio del que podría escindirse del de una lectura estrictamente en lo arquitectónico. El riesgo que se plantea sobre el provecho de semejante trabajo de arqueología biográfica es queal optar los editores por este formato de muestrario-recopilatorio cronológico, con preeminente intención laudatoria y no revisionista, el volumen puede convertirse en un instrumento meramente contemplativo, una gran pieza para un coleccionista, únicamente atrapado por conocer intimidades sensacionalistas del personaje, más propias de la prensa rosa, que a un gran libro como éste que intenta retratar esa multiplicidad de facetas complejas y contradictorias de uno de los faros del pasado siglo, cuyo legado intelectual y creativo todavía ilumina el confuso comienzo de nuestro presente.
Un factor crucial de Le Grand es visualizar a través de sus páginas cómo Charles Édouard Jeanneret creó y cultivó el personaje ‘Le Corbusier’ y cómo desarrolló su prolífica carrera sin descuidar construir y fomentar su imagen personalista, heroica, e indudablemente ególatra, demostrando que el fenómeno del arquitecto ícono no es exclusivamente patrimonio de la actualidad. Él fue precursor e inspirador pero en modo alguna responsable de la subsiguiente trivialización que ha afectado a la figura del arquitecto, trivialización de la que por el contrario siempre huyó, ya que en su caso el aura de su individualismo y su celebridad tenían más que ver con el carácter del creador humanista a que aspiraba ser y ser considerado.
Esa esmerada elaboración estética de un perfil de genio e ícono deben adquirir hoy una posición secundaria respecto a la esencia de su arquitectura. La riqueza de detalles acerca de la dimensión personal a cuya contemplación invitan las páginas de este libro debe servir para proceder a la desmitificación corbusierana, ya que esa pose, esos episodios de avatares sentimentales y esas imágenes de exhibición de detalles excéntricos de ‘genio’, no reflejan otra complejidad psicológica más que la de la necesidad de Le Corbusier de proyectar e interiorizar simultáneamente ese personaje creado, que a menudo se servía del talento ajeno. Si se va más allá de la ceguera ante el seductor fetiche documental que alimentaría la idolatría hacia el personaje -razones por las que el volumen resulta una deseable posesión-, emerge la estimulante posibilidad de examinar la formación del escenario para un tiempo en proceso de transformación a través de la inmersión comprometida de un hombre en él. La vida de Le Corbusier aparece como la asistencia deslumbrada y llena de fuerza al descubrimiento de esa realidad en acto y en potencia. El tránsito de un individuo entre dos tiempos que supo atrapar, absorber, asimilar y dar visos de realidad a las ideas -no necesariamente propias- que estaban en el aire, manejándolas desde una posición intelectual erudita, que se hibridaba con una intensa fascinación por su propio tiempo y la convicción en la emergencia de algo radicalmente nuevo. Le Corbusier buscaba cosustanciarse con el espíritu del tiempo, llegar hasta su meollo, y es este factor el que explica su prolífica actividad: los viajes, el haber cultivado las formas artísticas de vanguardia, la escritura, las relaciones sociales con filósofos, actores, artistas, políticos…
Le Corbusier fue un personaje intelectualmente potente cuyo legado fundamental fue la vocación del hombre para hilvanar su espíritu con el de su tiempo, con la arquitectura como instrumento. Su importancia para nosotros no se debe sólo a su cercanía temporal, que permite poner en paralelo su profunda devoción por la tecnología de la máquina con las posibilidades de nuestra tecnología digital, sino al modo en que sigue vigente de algún modo la posibilidad de continuar y avanzar en esa línea de comprensión que su obra y actitud mental estructuró sobre cómo actuar sobre las dinámicas de nuestro tiempo. Desde esa lectura, Le Grand sirve para corroborar la indispensable vigencia de Le Corbusier, y para delatar cómo han pervertido su legado algunos de los que han tratado de hacer méritos para sucederlo.
Los tres órdenes griegos más importantes son: el orden Dórico, el orden Jónico, el orden Corintio. Lo que se conoce de la construcción de los órdenes se encuentra documentado en el libro de Vitruvio* :"Los Diez Libros de Arquitectura"

los órdenes griegos

El ARTE Y EL HOMBRE

“El arte y el hombre son indisociables. No hay arte sin hombre,
pero quizá tampoco hombre sin arte. Pero con éste, el mundo, se
hace más inteligible, más accesible y más familiar. Es el medio de
un perpetuo intercambio con lo que nos rodea, una especie de
respiración del alma, bastante parecida a la física, sin la que no
puede pasar nuestro cuerpo. El ser aislado o la civilización que no
llegan al arte están amenazados por una secreta asfixia espiritual,
por una turbación moral.” Así lo expresa René Huyghe
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